Entradas

Mostrando entradas de abril, 2018

El día que pisé una oruga

Superábamos los 30º, aunque mientras atravesaba la recepción de la resi con mi pijama rosa no era realmente consciente de la temperatura del exterior, salvando algunas pistas que me indicaban que se aproximaba la primavera: el exceso de luz natural que entraba por la puerta de cristal y los ventanales, el Ventolín preparado en un bolsillo y un grupo de enormes y peludas orugas que se estaban colando por debajo de la puerta. No me gusta la primavera, no me gustan las orugas, no me gusta matar bichos -ni tan siquiera los que me caen mal-. Pero ahí estaba yo: feliz, confiada, sobrada y dispuesta a expulsar a esas malditas orugas de allí como si aquello para mí fuera casa. Y lo hice. Pisé al menos a una docena de orugas y a base de pataditas con mis zuecos azules eché los cadáveres al patio. Recuerdo el orugacidio perfectamente, después de aquel día sucedieron tantas cosas y sucesivas en torno a mi salud que señalé el día como un golpe de humildad kármica que me recordó por dónde piso y

Morfogénesis emocional

Qué difícil es escribir sin usar palabras expertas en escapismo, de esas que te plantan en Eris y donde nacen puentes, conexiones, tuppers semipermeables y explosiones que te llevan de un lado a otro y nadie se entera de mucho más en Tierra firme. Qué difícil querer o tener ganas y no saber cómo (escribir, pescar,...inserte acción o uso). Dicho esto y expuesta la dificultad, me comprometo a cierta implicación emocional en lo que escriba. Parece que estoy suscrita a esto donde la gente odia sin piedad a la primavera en todo su esplendor. Bien, hay cosas que no cambian: mi cara empieza a mutar, pierdo ojos, gano en astenia, cansancio, aplome...vaya, que mi fealdad aflora cual jaramago. A la contra, he de decir que llevaba tanto esperando ver salir el sol y que me calentara por dentro que hasta me pone levemente cachonda. No nos escandalicemos. En primavera, la sangre altera. No voy a ser menos. Necesito sudar un poco, así, tal cual. Sudar un largo invierno, procurar un deshielo al má

Abril. Cerral.

Holi, caracoli. Dicen que después de la tormenta siempre llega la calma -ya lo cantaba Melendi-, y como no soy de hacer mucho caso a lo que dicen -y menos si lo canta Melendi-, me tomo el dicho como quiero. Lleva lloviendo tanto que los días de sol se han convertido en "animal mitológico favorito". La primera semana de agua se agradeció. La segunda nos seguía haciendo gracia. La tercera semana, una ya empezaba a preguntarse qué coño estaba pasando y pensando a la vez si al final sería necesario construir un arca o irnos todos arca (ar carajo). Las semanas que han venido después, quitando la Semana Santa que misteriosamente este año se ha salvado, no han sido muy diferentes. Pero nada, que no nos hemos ido arca  ni na' de na'. Vaya, que la tormenta no termina de pasar, pero que no me importa, las cosas como son. O bueno, un poco sí. He pasado de una extraña quietud a un extraño equilibrio que no sé cómo explicar. Podrían ser estados que entre sí están conecta