Echar raíces
Mi abuelo materno era un hombre pequeño, de la tierra, práctico. Lo recuerdo cantando, bebiendo, cortando el pan con su navaja de cortar todo y trabajando la tierra de sus parcelas. Era jefe de obra, él hizo la casa desde los cimientos y construyó los patios, sembró hortalizas y árboles que luego, a su vez, han dado frutos. En los inviernos de mi infancia llegaban los camiones de leña a la puerta de su casa y mis primos, mi hermano y yo, nos encargábamos de recogerla. Como hormiguitas bajo su atenta supervisión la llevábamos hasta el patio, debajo de las escaleras que daban a otra de las terrazas de la casa. Terminábamos llenos de tierra y con algún que otro arañazo en las manos de las astillas de los troncos. Mi abuelo nos daba dinero en base a dos cosas: la edad y lo que nos colgara entre las piernas. Obviando esta pequeña injusticia que nunca, ni en mi más temprana edad llegué a comprender, me encantaba terminar cansada, con las manos magulladas y sucia hasta las cejas. T...