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Mostrando entradas de diciembre, 2022

Del verbo querer

Prefiero el otoño. Prefiero un atardecer naranja. Prefiero andar descalza. Prefiero los besos por la espalda. Prefiero no perderme en la semana. Prefiero cantar “Prefiero” que inventarme una. Prefiero comer con las manos. Prefiero poder elegir. Prefiero tener más ganas que miedo. Prefiero no despedirme. Prefiero madrugar. Prefiero a mi gato a las personas. Prefiero los juegos de mesa. Prefiero reírme de mis desgracias. Prefiero el pelo despeinado. Prefiero el silencio largo al ruido de mis pensamientos. Prefiero las arrugas a disimular. Prefiero los Baileys con hielo. Prefiero no perder el control. Prefiero pájaro en mano que cientos volando. Prefiero manta y sexo y de la peli no saber el final. Prefiero las fugas disociativas que quedarme y aguantar. Prefiero descubrirme cada día. Prefiero la lluvia bajo techo. Prefiero el olor a mandarinas. Prefiero crecer en lodo que en tiesto. Prefiero saber empezar. Prefiero escribir a contar.

Alicia

En los primeros meses del 1993 mi madre aún no fumaba, pasaba más tiempo del que yo estaba acostumbrada en casa y en su barriga crecía la vida de una forma casi tan mágica como la imaginación de un niño. Tenía 5 años y mi madre 32. Me gustaba la idea de que mi madre tuviera esa barriga grande que le impedía salir a trabajar. Supongo que me gustaba tenerla más tiempo para mi hermano y para mí y, además, la ilusión que irradiaba por lo que venía en camino, hacía sombra a todos esos lustros que ella aparentaba de más y que ya estaba acostumbrada a percibir en mi madre. La televisión encendida de fondo mientras merendaba un bocadillo de pan, aceite y azúcar. Habíamos llegado hacía muy poco de clase y yo seguía con el uniforme del colegio puesto. Mi madre, después de prepararnos la merienda, se había dejado caer en el sofá con los pies en alto, sobre una silla, cansada pero satisfecha por un día más prácticamente terminado con éxito. Desde el otro sofá, yo paseaba la vista distraída por las