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21 Septiembre

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21 Septiembre 2015 Hace unos días, cuando hice esta foto, en lo único que pensaba es en lo que le gusta a mi abuela el azul del cielo y lo que me hubiera encantado tenerla justo en ese momento al lado para hacerle mirar. El mismo día subí la foto y no había azul, y no era porque quedara bonita. Sé que a mi abuela le encanta el cielo despejado porque cada mañana, durante unos 20 minutos de espera al autobús, es capaz de levantar la mirada, sonreír y soltar su "mira qué azul tan bonito tiene el cielo" una media de diez veces. Y yo, que tengo la suerte de verla disfrutar de ese momento tantas veces en una sola mañana, prefiero mirar su expresión y su instante de felicidad compartida conmigo. El Alzhéimer convierte en desconocidos tanto al que lo padece como a sus familiares. El día que ya no nos reconozca ni atine a darnos el nombre correcto será un día gris, pero nunca tanto como el día en que la ves por primera vez perdiendo su vida por momentos. La vida no para de enseñarnos

Mute.

Recopilar información. Soltar. Sacudirme. Reventar.  Llorar si pienso mucho. Sonreír, también eso, si pienso (un) poco. Y lo que queda, que sé que queda.  Y hoy, domingo. Arreglar las plantas, hablar con mi gato,  "Us and Them" de los Floyd mientras escribo. Esta tarde Waterpolo.  Y mañana ya veremos.

Vencejo

Estaba allí tirado, en mitad de la oscura carretera bajo la atenta mirada de aquellos humanos que entre cervezas escurren el peso de aquel vencejo que, con un ala completamente destrozada, lucha por volver a retomar el vuelo que ni con sus dos alas intactas podría volver a hacerlo solo.  Decide cogerlo, no puede dejarlo ahí con esa ansiedad de supervivencia esperando que una rueda, otra, le pase por encima y termine con todo. Nota el calor y el color rojo entre los dedos y el incansable temblor. De tan bonito no puede morir, no así. Piensa en que antes de esta agonía el vencejo tuvo que tomar tierra en aquella calle concurrida y ser completamente ignorado a un par de metros de un bar por todas las miradas que como las que lo observaban antes esperando un innegociable final.  Malditos humanos. Al vencejo, por supuesto, hay que dormirlo. Antes de cambiarlo de manos lo vuelve a mirar. Qué poco sabe de aquellas aves capaces de sobrevolar nuestras cabezas en distintos idiomas y colores dura

"No vale borrar, ni tachar, ni releer, ni entender..."

 Como si mi vida fuera una pirámide de naipes a punto de venirse abajo por intentar poner las cartas correctas en una base construida regular. Así me siento conforme avanzan los martes y salgo de terapia con la herida más abierta.  Vivir en constante supervivencia, con el casco y la capa puesta me ha hecho desbloquear niveles del juego por los que algunos ni tienen que pasar, o pasan más tarde. Y no es problema, gracias a ese casco, esa capa y a ese fusible incansable en mi cabeza, soy muchas cosas buenas que sé pero que ahora me cuesta mirar. Ahora que las aguas se calman, que veo el fondo y mis pies en ellos, ahora que empiezo a distinguir herida y cicatriz, a notar toda esa tristeza que a espuertas escondía en el cajón desastre y ese miedo a ser tan pequeña, a no estar a la altura, a perder la pirámide, la capa, el fusible, la defensa.  Ahora salgo cada martes un poco más nerviosa, sintiendo como una mano me empuja hacia mi pasado, a esas cartas mal colocadas. Me empuja y me dice qu

Plan B C N

Notó como una fila de hormigas bien organizadas montaban su casa bajo la piel, usmeando y abriendo calles nuevas entre los rincones de hueso y carne que jamás antes  habían sido excarvados. Caminaba con el piloto automático desactivado, la maleta en una mano y el aeropuerto como el prólogo del libro que de tan bonito nunca se había escrito.  Un parque en un aeropuerto, un cachorro humano jugando, siendo el piloto de su propio aeroplano donde se balancea y unas cristaleras con aviones de fondo. Un juego de luces, de escenarios que combinan raro y perfectamente y que a contraluz deja en visto y hace bonito ese primer instante que le hace frenar el hormiguero de sus tripas, sacar el movil e inmortalizar ese momento.  Todo le parece nuevo, todo le parece inmenso.  Barcelona, Irene, los carteles. Otro abrazo, este de bienvenida, el tercero en quince años.  Sigue escuchando despegar los aviones en sus pies mientras intenta saberse allí de verdad. No es una puta broma, no quiere que la pelliz