No quedan días de verano

Recuerdo esos veranos con dedos arrugados, la piel de gallina secando entre chapuzones y unos pulmones agotados de tanta felicidad. El calor apretaba en esas mañanas de verano y mi abuelo nos llevaba a la piscina municipal: el mejor lugar del universo. Nos despertábamos los primeros y preparábamos nuestras mochilas con olor a cloro. Escuchábamos a nuestra abuela repetirnos cada día que no entrásemos a los vestuarios sin chanclas porque unos bichos malos llamados hongos se nos pegarían a los pies y nos los mancharían para siempre . Cogíamos los bocadillos y emprendíamos la ruta. Recuerdo los abonos de cartón, al señor de la entrada haciendo un agujerito por persona y nuestra carrera hacia el interior. Siempre éramos los primeros, el césped olía a mojado y buscábamos nuestro rincón habitual, cerca de la piscina de 5 metros. Siempre quise evitar la ducha previa al primer zambullido. No entendía eso de tener que mojarme antes de volver a mojarme. Cuando pude evitarlo, me hi...