Canto, guijarro, pedrusco, agua.

Tanto tiempo visualizando un quiero y no puedo que, cuando se puede y se tiene, parece de plástico. El tiempo ha seguido a su ritmo y yo he intentado seguirle la corriente. 

Hoy, escuchando en la radio una entrevista que hablaba sobre los spoilers en series, la chica entrevistada dijo una cosa interesante que me viene como anillo al dedo para explicar (o no explicar) no sé muy bien qué. Decía que cuando los spoilers versan sobre un capítulo, las personas se centran en el contenido y desvelan detalles más concretos. En cambio, si se consumen bloques enteros sobre la serie (los famosos maratones), los spoilers suelen ser más de sensaciones, emociones, ya que hay mucho más material que sintetizar en nuestra cabeza y lo terminamos haciendo con "el regustillo" que nos deja.

Así me siento yo después de tanto tiempo. No sabría contar con pinceladas finas qué ha pasado en tantas vueltas. Aunque para ser sincera, tampoco podría hacer un resumen basado en emociones y sensaciones al retortero. Ha habido un poco de todo. Y os haré spoiler a mi manera.

Digamos que estoy escribiendo todo esto en la terraza, con una temperatura exterior de unos 13°, con la claridad de la tarde que se despide y una tranquilidad interrumpida por el bullicio de los coches que pasan por debajo de casa. La semana pasada pasé por el vivero y entre todas las plantas que compré, me hice que tres bulbos de Jacintos que ya han dado flor y su olor me recuerda a las noches de verano por pueblos como Nerja. 

Estoy envuelta en mi albornoz-bata verde por excelencia y tengo el pelo recogido con un par de pinzas: una para el manto de pelo y otra para el flequillo que, un poco sin querer, se me quedó tras cortarme yo misma la melena hace justamente dos días.

Con este panorama cuento que, tras muchos años teniendo que hacerlo y no encontrando la forma, he salido de "casa". Me he independizado. Comparto piso con mi pareja y soy partícipe al 50% de los gastos. Soy autónoma y trabajo "de lo mío" con un horario fijo de mañana de media jornada.

Tengo tanto tiempo libre en mi jornada laboral que leo y pinto y me distraigo según se me antoja. Eso sí, mi sueldo es bastante precario (pero por ahora, suficiente). Me pierdo en las historias que otros venden y llenan mi cabeza de palabras y vidas paralelas que me recuerdan que la magia de un libro es inigualable. 

Como mucho más sano, desayuno a diario el té matcha del Mercadona con una tostada de pan integral 100% y el pavito de Aldi, ese que es un 95% carne. A la semana, dos veces pescado, una de puré de verduras y, ternera, al menos dos veces al mes. Cocino con mano de abuela y junto a Bani (mi Conga), mantengo (o mantenemos, Laura también coopera) el piso mucho más ordenado y limpio que mis ideas. 

Podría decirse que, desde hace unos meses, mi vida ha cambiado tanto que parece de verdad. Todo mejor. Incluso puedo ir trabajando por objetivos. Escaloncitos pequeños y ya se va viendo.

Pero. Siempre hay un pero.

Mi padre salió de la cárcel. Siento este giro inesperado de los acontecimientos. Creo que al encontrarme con las aguas tan calmadas, la noticia de su salida perturbó un poco la superficie de mi piscina. También creo que la primera vez que lo vi por la calle después de esto fue como si un ser de obesidad mórbida se tirara al agua y lo pusiera todo perdido. Después de eso las aguas no han dejado de dibujar olas inestables, cada vez más tranquilas y desfasadas hasta esa segunda vez que me lo volví a cruzar de camino a mi trabajo. 

¿Es o no es? Mi eterna pregunta tanto en el momento de shock como en el post-traumático. Es complicado explicar cómo puedes desdibujar la cara de tu padre tras un año sin verle y un cambio de armario completo, y a la vez ser incapaz de borrar su esencia, la silueta de cada cicatriz que con saña se te queda en los surcos de la mente. Ese recuerdo agrio que te dispara el sentido arácnido a la mínima de cambio. 

Supongo que si lanzas una piedra en un mar en calma tiene el mismo efecto que si la lanzas en un mar revuelto, pero parecerá insignificante, imperceptible. En ambos casos, la piedra terminará en el fondo igualmente. Sumando peso, restando espacio.

A pesar de estar escribiendo sin mucho adornito disociatorio del que a mí me gusta usar para desvincularme de mis emociones, tengo la sensación de no estar siendo del todo clara o de no estar llegando a ninguna orilla narrativa. Tampoco sé si lo pretendo. 

Volviendo al agua, puede que precisamente sea eso lo que me hace tomar conciencia real de lo que tengo dentro y lo que duele. La pirámide de Maslow. Una vez salvaguardadas las necesidades básicas y de seguridad, tener un pisito con terracita y una vida medio estable, he descubierto esos surcos inundados en anhedonia y relieves por dentro que acaricio con la punta de mis dedos, como si fuera un idioma parecido al Braille y contara, aun con miedo al qué dirá, todo lo que no me atrevo a sentir hacia fuera, o a contar, o a perdonar. Tengo un fondo lleno de piedras que se clavan y te astillan la planta de los pies. 

Ahora, que parece que todo está en calma, tengo que trabajar en entender que soy un río con guijarros y que cada una cuenta algo de lo que soy y, como ocurre en los ríos, nunca el mismo agua acariciará dos veces la misma piedra. 

¿Podré un día sentirlo?¿Dejaré de ser quien se daña los pies para entender que yo soy el río, el agua, el cauce, las piedras? 


La tarde se ha ido, los grados han bajado. El olor de los Jacintos me sigue golpeando los sentidos... Y yo prometo que no me he fumado nada.

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