Capítulo 34


El sol se hundió definitivamente en el mar. Siempre me había preguntado dónde pasaría la noche, y ahora por fin lo sabía: se acostaba bajo la superficie del agua. Sin embargo, el sol tenía que sumergirse muy mucho en el agua, ya que no se veía ni una pizca de luz. La luna y las estrellas se reflejaban en las oscuras olas. Después de unos tan duros, ese espectáculo me resultó sumamente tranquilizador, el suave golpeteo del agua contra el casco del barco, el leve balanceo del suelo bajo mis pezuñas, la ligera brisa marina en la piel y el aire fresco en los ollares. Lo que sentía era un gran alivio por haber salido con vida de tantas aventuras. Y una profunda gratitud. Si esos sentimientos eran la felicidad, entonces era muy feliz.
Lo único malo fue que esa sensación no duró mucho. Una pequeña parte desagradecida de mí comenzó a alterarse y se dio cuenta de que la vida tenía que ser algo más que simplemente sobrevivir. Traté de reprimir esa parte vacilante, pero cuanto más me esforzaba para conseguirlo, tanto más alto gritaba la escéptica que había en mí.Según ésta, la felicidad que yo sentía no era realmente felicidad, sino tan sólo alivio. Y probablemente alivio y felicidad no fuesen lo mismo, ya que de ser así alivio no se llamaría alivio sino felicidad. Y no habría ninguna palabra para designar el alivio, pues sería superflua. Contesté a la escéptica que su actitud frente a la vida era de absoluta ingratitud, y todo lo que me respondió fue: bla, bla, bla. Observé que esa no era forma de discutir, a lo que la escéptica me contestó que mis argumentos no es que fueran precisamente impresionantes, ya que todavía no había escuchado ninguna objeción a su objeción, y abrigada vivas sospechas de que no se me ocurría gran cosa. Repuse que había magníficos argumentos de que lo que yo sentía era verdadera felicidad, y que podía escucharlos si así lo quería. Lo quería. Vacilé, ya que no se me ocurrió ni un solo argumento, tras lo cual la escéptica rompió a reír: eso era precisamente lo que esperaba. Le solté que hiciera el favor de ocuparse de sus asuntos y me contestó que ésos eran sus asuntos. Sin embargo, en mi opinión, lo que tenía era que largarse de una puñetera vez, pero la escéptica tenía sus dudas de que fuera buena idea, al fin y al cabo formaba parte de mí. Cuando lo comprendí, dejé de discutir con ella y me planteé a mí misma la pregunta: ¿por qué esta felicidad no me parecía felicidad?
¿Porque en realidad no lo era?
¿O porque yo, vaca lerda, no era capaz de ser feliz? ¿Como las idiotas de las personas?


¡MUUU! -David Safier-

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