Dejarse caer

Llevaba tanto sin llorar por mí misma que había olvidado lo que me cuesta y lo que me cansa. El síndrome de abstinencia, la pena, la ansiedad y los pensamientos que acompañan han empezado a taladrarme poco a poco. Sé que es sólo el comienzo. Es lo bueno de la experiencia, que más o menos sabes cómo funcionan estas cosas. A la contra, también me afloran las distorsiones cognitiva provocadas por una mala estructuración de los mensajes que me mando, capitaneados por el "SIEMPRE" y por el "NUNCA". Los odio, al igual que en este momento odio a toda persona que se me intente arrimar emocionalmente más de la cuenta, porque no, porque "siempre" es igual.

Sé que no me voy a morir, lo mismo hasta pierdo un par de kilitos con la tontería. Todo esto lo sé, pero duele porque soy una ingenua, porque creí que sería diferente, porque creí que me merezco otra cosa y que ella sería la persona. Y lo mismo no creí del todo mal, lo mismo no es que nos merezcamos otra cosa, pero sí ser felices (en el sentido de "estado de bienestar" con una persona, no al estilo Disney).

La voz me sale del culo, me duele el pecho, el estómago cerrado, tengo la boca seca como la suela de un zapato y un etc. de síntomas fisiológicos ansiógenos. Llevo semanas con el corazón en el estómago y la cabeza orbitando, pero me he mantenido en tierra firme, obviando lo que duele, por causas mayores y/o necesarias. Ahora que la cosa se ha calmado llega la sacudida que de una hostia me llevará lejos del inmovilismo. 

Toda esta pena me recuerda a R., a la pasividad, al pensamiento alienado, a la frustración de no entender qué pasa y que me cueste salir del bucle. No es lo mismo porque no son la misma persona, ni yo, ni nosotras ni la relación en sí. A pesar de los paralelismos, estamos lejos de mis 23, cuando tomé decisiones forzadas por dos y me pensaba que el mundo se iba a la mierda y yo con él. Todo muy dramático.

Ahora el drama es diferente. Pero eso ya lo iremos viendo. 
Ricardo Siri

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