Natillas.

 Recuerdo las natillas en mi infancia como si las hubiera comido a diario. Y en realidad, todo lo contrario.

Si cierro los ojos, soy capaz de teletransportarme al sofá gris de estampados florales negros de mi antiguo piso, veintilargos años atrás, y evocar el olor al despegar la tapa. Parecía guardar la respiración y operar como buena cirujana para llevarla a la boca y dejarla impoluta. Todo con la dedicación requerida, sin prisa, sin interrupciones, con ese disfrute que pocas veces somos capaces de apreciar cuando nos hacemos grandes. Entonces abría el cajón de los cubiertos y buscaba la cucharilla más pequeña, esa que solo usaba para ocasiones como estas.
Con el paladar aún gustoso de vainilla, llenaba, a lo sumo, 3/4 de esa pequeña cuchara y la disfrutaba todo lo que pudiera alargar su estancia en mi boca. #Foodporn. Ya te digo. Podría vivir en el recuerdo de esas natillas que hacía eternas para que no se terminaran nunca.
Mi hermano, al contrario, agarraba la cucharilla más grande y arrasaba a su paso con las suyas. Eso sí, el ritual de chupar la tapa era compartido e innegociable.
Benditas natillas. Para los dos.
Él era incapaz de entender mi pausa excesiva y yo sus prisas. Pero nunca puse en duda que sus ansias daban respuesta a las mismas ganas que me llevaban a mí a una respuesta tan opuesta.
Y así no somos siempre en la vida. Y ojalá cambiar eso. Ojalá no ser solo así con las natillas, los buñuelos, los culans, las tostadas de Nocilla,....
Ojalá ser así con nuestros momentos, las miradas, las risas, las emociones, los días grises y los que son capaces de deslumbrarte con un azul intenso. Ojalá disfrutar de las cosas sabiendo que son momentos que empiezan y terminan, efímeros, de paso, pero que más despacio o más rápido (¿qué importa?) vas a gozarlos como si no importara el segundo previo, ni lo que pensabas, hacías o soñabas justo antes, ni justo después.
Aquí y ahora.
Así deberíamos vivir. Encapsulando momentos, decidiendo, simplemente, si somos de cucharita pequeña o nos vale una más grande.
Sintiendo, a fin de cuentas, que podríamos quedarnos a vivir eternamente en un silencio, una canción, unas natillas.. Y nunca olvidarnos de lamer la tapa.

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