Cuarentena

Tan solo me habían durado tanto los paquetes de Donetes durante la cuarentena, cuando una vez por semana salía a hacer la compra y escondía en el bolsillo del carro mi premio en forma de Donetes por exponerme al exterior y cargar como una mula con todas las cosas por la cuesta del Tiro. Eran otros tiempos, tan solo han pasado dos años, pero eran otros tiempos. 

Ha sido una semana larga, confusa y medio triste. Un paquete de Donetes, tres magdalenas, cuatro mini kit kats y tres bolas de Maltesers han sido mi alijo de droga mala para superar emocionalmente este bache físico-mental del que aun no me siento del todo fuera. 

Creo que he llorado más en la recta final de abril que en todo lo que llevamos de 2022, al menos 4 días en los últimos 9. Me he leído Maus, las viñetas de Macanudo y un par de capítulos de El Evangelio (Elisa Victoria). Me he terminado The Office, Heartstopper y empezado a ver The flight attendant y la segunda temporada de Undone. He visto la final de pádel femenina y la semifinal y final de bádminton donde Carolina le ha dedicado el oro a su padre. Solo hoy ya llevo vistas la de Los santos inocentes y Desde mi cielo, la primera una peli que había visto hace demasiado tiempo y la otra está basada en un libro que fue mi favorito durante algunos años. A pesar de todo esto, creo que en ocho días tan solo me he duchado en cuatro y me he tocado en dos, como el número de lavadoras que he sido capaz de poner en esta semana. 

He fantaseado con la idea de no estar sola, de que a pesar de decir "no vengáis", hayan venido y se hayan quedado. He imaginado que no estaba tan mala, que era como un resfriado y ya está y que podía salir a la calle aunque sea a tirar la basura sin que me supusiera una tarea compleja. He estado apática, triste, blanda, confusa, en el futuro, en el pasado, en la terraza, en el sofá, en la cama, en otra cama, en otro sofá, en otro futuro, en otro pasado. 

Las golondrinas han vuelto, hacen dibujos y al mirarlas parece que fuera fácil bailar ahí arriba, sostenidas por el aire convertidas en pequeñas motas negras bajo el tapiz azul del cielo. Me recuerdan un ahora, un instante de gracia en el pecho que me hace, sin mirar el reloj, caer en la cuenta de que la tarde se deja vencer cada vez más lento y que pronto llegarán los naranjas y los abrazos que siembran raíces que surcan los ojos hasta los dedos. 

Termina el puente y se avecina tormenta. 

Mañana tengo un martes por delante. 

Mañana tengo Nuria y no sé por dónde empezar. Estas dos semanas me han parecido trampa.

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