La boda de Lala

Bajar la Avenida de Madrid subida en un par de andamios no parece un plan tan espectacular como cuando le sumas el salir con la hora justa y tienes que ir luchando por llegar a la parroquia en vertical y sin haberte derretido por el camino, con un bolso complicado y sosteniendo los bajos del vestido para no pisarlo. Siempre me ha gustado Lara Croft y su afán aventurero, que no se diga que yo no puedo.

Siempre he considerado las iglesias como lugares fríos hasta en verano. Tal vez hace demasiado tiempo que no pisaba una -ni falta que hace-, pero ayer el sol quemaba tanto que más que invitados a una boda parecíamos los invitados a la casa de verano del de ahí arriba. Eso sí, sin piscina, sin pelotas de Nivea, sin ropa fresquita, sin el vaso helado en la mano, sin diversión,...pero con esos clásicos ventiladores que dan vueltas, remueven el aire y enfrían el sudor en tu cara. El "ahora me levanto y ahora me siento" me recordaba los grados cada vez que tenía que despegarme el vestido del culo, también mirar a Alejandro T. con su chaqueta protocolaria de bodorrio, el sudor bajo su flequillo curly o el momento "Camacho" al mostrar Germán su camisa al terminar la misa. 

De todas formas, no culparé al calor de mi disociación fluctuante entre los momentos álgidos de la ceremonia y esos en los que el sacerdote parecía poder espicharla en cualquier momento de su discurso infinito. Tere, a mi derecha, imaginaba su speech como una buena forma de relajación guiada para esos momentos donde la vida te puede, yo prefería pensar en la misa en 2x como buena manera de intentar enterarme de algo, acortando la agonía y mi pequeño problema de atención a por uvas. Reconozco que, si hoy hubiera examen sorpresa, sólo podría dar parte de que el cura se tosió en la mano justo antes de meter al santísimo en las hostias y ofrecerlas a los feligreses. Hostias condimentadas, pensé. 

Wi lo tenía más fácil, la maternidad la tenía yendo y viniendo del fondo de la iglesia, donde estaba el pequeño Martín admirando las figuras de los santos y jugando con su abuelo.

Tampoco voy a quejarme en exceso, aunque físicamente estuviéramos condenados a esos bancos rígidos, mi cabeza tuvo la oportunidad de volar más allá del análisis estructural de las grietas de las paredes, la pintura desconchada o el vestido de la hermana de la novia, el cual me recordaba a esas alfombras de vinilo hidráulicas que simulan azulejos para los suelos de las cocinas y que tan de moda están ahora. Volé un centenar de años antes, cuando aún éramos adolescentes y nos pasábamos los recreos juntas, sentadas en un banco a unos metros del instituto o sentadas en marquesina de la funeraria "San José". A Lala, la novia, le encantaban los Trikis, comprábamos Tejitas y alguna de Risketos y vivíamos chupándonos los dedos entre las guarrimierdas ultraprocesadas. Era mi momento favorito del día junto con la vuelta a casa que también compartía con ellas. 

Vuelvo a la ceremonia con esto en mi cabeza cuando un niño, sentado en las bancas centrales, juega a mirar a todos los que quedan tras él. Esta sucesión de hechos me lleva a la escena de "Tu vida en 65 minutos" cuando los amigos protagonistas acuden a un funeral del que pensaban que era un antiguo amigo de clase. ¿Podríamos ser el remake, versión bodorrio? ¿o tal vez protagonistas de nuestra propia peli? Ahora pienso en "El show de Truman", cómo me gustaba esa película... ¿Le quedará mucho al cura para morirse? Empiezan a pasar el cepillo para la recogida de monedillas y yo empiezo a pelearme nerviosamente por cerrar el bolso haciendo un tetris con las llaves y el móvil. Como pasen por aquí y esté trasteando el bolso, se van a pensar que quiero contribuir y soy capaz de decir "No gracias", conforme lo pienso, Alejandro T. me mira y le da voz a este pensamiento que, dicho en alto, me resulta de lo más cómico.

Termina el espectáculo y las partes divertidas han sido suprimidas: ni hay beso ni se pregunta si alguien se opone a esa unión. Joder, terminamos y ¡ni nos dimos la paz! Yo quería usar el comodín del Covid para chocar las manos como forma de cobra eclesiástica, pero nada, no la dejan a una hacer el cafre cuando más se necesita. 

En fin, puñadito de arroz y a cocerlo entre las manos mientras esperamos a que los recién casados asomen por la puerta. Todo indicaba que estábamos en la mejor posición: primera fila para el lanzamiento a discreción de los misiles envenenados a grito de "vivan los novios", hasta que nos pusimos a lanzar y empecé a notar como me caían en el pelo los granos lanzados por las filas de atrás. Coño, si no vas a llegar a la cara de los novios abstente y guarda el arroz en el tupper para otro día, ¡pero no me jodas los rizos! La cara de felicidad de Lala intentando no quedarse tuerta y a la vez no perder detalle merece la alegría, los grados, las semanas buscando y probando qué ponerme... 

Reencontrarme con Lala, Wi y Tere tantos años después me saben a esos 15 que llevaríamos sin estar las cuatro y a la vez, con las vidas tan dispares, cuando se llevaban las campanas en los pantalones y ese estilo un poco cani por bandera. Y allí seguimos, Lala más natural que el pavo del Aldi, Wi y su bondad y Tere con ese humor tan suyo que pocos podrían entender que de querer ser forense se pasase al bando de las cabezas flotantes (pero yo la entiendo, y mucho).

Dicen que de una boda sale otra, y yo ya en la parte más aburrida ya podría haber hincado rodilla por la idea de volver, por un instante, a la marquesina de aquella funeraria, repasar los apuntes de filosofía de Tere con las prisas, el color de los Risketos en los dedos y el principio de aquellas arrugas, en el borde los ojos y en la comisura de la boca, provocadas por tantas risas compartiendo todos esos momentos de nuestras vidas en boceto.

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