Plan B C N

Notó como una fila de hormigas bien organizadas montaban su casa bajo la piel, usmeando y abriendo calles nuevas entre los rincones de hueso y carne que jamás antes  habían sido excarvados. Caminaba con el piloto automático desactivado, la maleta en una mano y el aeropuerto como el prólogo del libro que de tan bonito nunca se había escrito. 

Un parque en un aeropuerto, un cachorro humano jugando, siendo el piloto de su propio aeroplano donde se balancea y unas cristaleras con aviones de fondo. Un juego de luces, de escenarios que combinan raro y perfectamente y que a contraluz deja en visto y hace bonito ese primer instante que le hace frenar el hormiguero de sus tripas, sacar el movil e inmortalizar ese momento. 

Todo le parece nuevo, todo le parece inmenso.  Barcelona, Irene, los carteles. Otro abrazo, este de bienvenida, el tercero en quince años. 

Sigue escuchando despegar los aviones en sus pies mientras intenta saberse allí de verdad. No es una puta broma, no quiere que la pellizquen pero parece un recortable en una página nueva en la que parece que encaja regular. 

Barcelona le parece un todo, tanto que parece de mentira. Las Ramblas estimulan sus oídos en distintos idiomas, nunca tantos humanos juntos le han molestado tan poco. Camina con los ojos puestos en cualquier cosa que se cruza. Anda y desgasta las raíces que chocaban con la paredes del tiesto. Hace la fotosíntesis mirando las fachadas que cuentan cosas, desde latas pintadas con mensajes hasta Gaudí por todos sus rincones. Y ella se convierte en una cabeza que de tanto amor pierde el hambre y el sueño y la razón. Y flota. Flota tanto y tan alto que tanta altura la deja sin seguro y como un perro flaco cae de hambre de ganas y de tanto miedo. 

Y llora, derrama excesos, culpas y suda entre los dedos todo lo que quiere y extrañamente y de forma temporal, ahora tiene. La volatilidad de cada segundo en esa semana que ajusta sus cuentas.

Y otro abrazo. Y este junta Barcelona con Plutón. Y de bonito, los pinceles visten de acuarelas las fachadas que Judit le explica con la curiosidad de los niños. Gràcia vuelve a ser esa calle donde los recuerdos se agolpan y N. vuelve a sentir el contador volviendo a cero en esa cuenta atrás que antes les hacía despegar a las dos sin anclajes firmes. Y qué bonitas las personas que perduran a pesar de la Tierra.

Un mapa. N. solo necesitaba un mapa y las hormigas, que movidas por la música de las calles, se encargaban de llevarla a todas partes. En su mochila: un libro, una libreta y un puñado de postales. N. fue incapaz de escribir dos frases con sentido ni de leerse un solo párrafo de aquella historia que no contaba la suya. Pero las últimas horas decidió repasar lo aprendido, guardar el mapa y dejarse llevar. Algunas calles le sonaban, otras eran nuevas y seguían apareciendo como decorado superpuesto a otro decorado que parece que pegan poco, pero que allí, pegan con las latas.

Se sentó a escribir postal por persona, dibujando sus momentos, notando la arena que al caer por el reloj le escuece en los ojos. 

Qué bonita Barcelona, qué bonito se escucha querer en todos los idiomas, con una guitarra o con un cubo de agua con jabón y sus pompas. Qué bonito andar hasta quedarse sin nada, desgastarse las suelas y las penas y que por ahí se cuele la posibilidad de ser alguien que a veces, sonríe a lo grande, de verdad. 

Y qué poco le importaba el miedo cuando tiene allí a un Colón que a pesar de apuntar al lugar equivocado, no puede no mirarlo y saber que cuando un dedo apunta al cielo, solo el tonto mira el dedo. 


El tiesto se rompe, 

las alas arraigan 

y las raíces vuelan.


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