A.C.T.

Los humanos. Malditos humanos. Si no fuera porque peco de ser otra y tener un cerebro sensible a las adicciones, sería una Dexter sin punto de corte. 
Sigo sin reaccionar como creo que "debería". Nada, ni brote de ira ni lloriquera ni nada. Estoy medio triste y medio de luto con mis corazoncitos negros del Whatsapp. Ese muro de contención está ahí y aguanta como un campeón. Además, que ya está bien. Llevaba una maldita semana preparándome para luchar y defenderme y cuando llega el día me cosen los pies al suelo, como si no pintara nada y como si todo este año hubiera quedado en eso, en nada. Por supuesto, después de eso, mis pesadillas y mis noches de sueños turbios encima se han fortificado: ahora tiene sentido soñar con la frustración y la desprotección. He dormido poco y mal, pero llevo ya tanto así que mira, que paso. 

Emociones disfuncionales, porque no me sirven de nada... No me sirve sentirme como medio traicionada por parte de mi madre si luego yo misma me doy colleja y me hago entender que no puedo culpar a mi madre por algo de lo que ella es víctima de primer grado. Tampoco me sirve loqueseaquesientopormipadre, que no es odio -todo sea dicho-, porque yo no he nacido para odiar, menos al queso, (que todo el mundo que se precie sabe que lo odio fuerte), pero sí, mi padre es una fuente generadora de muchas cosas que me vienen grandes, tantas que aunque no sea capaz (hasta ahora) de odiarle, sé que tampoco lo soy de quererlo, y lo más importante: que si lo necesito es lejos, muy lejos, fuera de mi cabeza y fuera de mí. Supongo que me da miedo, que no puedo ir por la calle sin mirar por todas partes pensando en que me lo voy a encontrar. Hasta el martes, con el exilio en vigencia, tenía al menos la pseudoprotección de saber que si eso pasaba, él se estaba saltando la ley y podría recurrir sin más a la policía. Ahora ya no, ahora contra mí no le pesa nada, contra las calles de mi ciudad tampoco, y cualquiera puede ser el lugar y la hora para que dé conmigo. Y sí, tengo un poco de miedo. No miedo por mi vida, no (no puedo tener el corazón negro del whatsapp y sentir apego a la vida). Mi instinto de superviviencia se aferra a esa incapacidad moral de sentir algo tan fuerte y feo por alguien que por otra parte es mi padre. Me pese lo que me pese, me duela lo que me duela, tengo su sangre, sus rarezas, parte de su sentido del humor y hasta sus silencios tan, tan silencios. Y no, tampoco estoy lista para odiarme por ello. Y no, la gente que me cree fuerte, valiente o resiliente es que no entiende que precisamente lo que estoy haciendo es irme a un rinconcito y esconderme cual niña traumada en una peli de miedo de las malas (como Insidious).
Me escondo, pero no de una reacción violenta, no, me escondo de ese generador de caos al que al menos, a día de hoy, no puedo hacer frente. Y no pasa nada, necesito mucho tiempo de tranquilidad mental para quitarme la sábana de la cara y poder afrontar que las personas son como son y que de eso se trata, más que de arraigo, de desarraigo. Y no pasa nada.

Aceptación y Compromiso. 

Hoy no es día para hablar de más, pero oye, tengo que decir que aunque los humanos no son santo de devoción de uno de mis gemelos (el listo!), los hay quienes son capaces de hacer bonitos los tonos azules. Hacen los días sencillos, tiernos y hasta fáciles. Se hacen de querer, oiga, y hasta aquí puedo leer.  

*ACT: Terapia de Aceptación y compromiso.

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