Tabula rasa

Somos seres extraños. Como los días raros. Como la vida que cuenta un buen libro de tapas duras. Como Je te laisserai des mots, de Patrick Watson. Como los paseos en solitario un viernes en invierno, con la nariz helada y la música adornando la vida de los demás. Como El Principito y sus más de 40 atardeceres en un sólo día. Como los cafés de 40 minutos y los descubrimientos. Como entender a la perfección el nudo en la garganta de esa chica en consulta que no sabe explicar qué le pasa, pero no decírselo, porque tiene que crecer en el proceso y encontrar "su propio sentido". Como la vida misma. Somos seres extraordinarios. Seres únicos. Y en el mejor de los casos, raros.

Hoy hace 3 años de la muerte de mi abuelo. No, no lo digo con el drama ese con el que a veces se habla del muerteversario de un ser querido. Lo digo como la que recuerda la contención, la fluctuación, el frío tan parecido al que tenemos hoy.
Como la que recuerda que quedan muchas más monedas que al girar descubran un perfil. 

Llevo un tiempo intentando entender, pero me sale un poco regular. No pasa nada, tengo un parón tan, tan grande que es como si de pronto hubiera cogido el borrador y me haya liado a limpiar todas las pizarras repletas de fórmulas que me habían costado años sacar. Años de estudio, de anotaciones, asteriscos. Usaba hasta tizas de colores. Me siento como el que ha defendido a capa y espada que la Tierra es plana y de pronto se encuentra observando cuán equivocado estaba pegado a la ventanilla de un cohete, parecido al iconito del Whatsapp. Un agotamiento entusiasta, podría decirse.
El caso es ese, que me encuentro como delante de un gran estante lleno de libros esperando a que algo me lleve a elegir el correcto, donde perderme un tiempo y donde encontrarme formando parte de algo.
Formar parte. Menuda estupidez tan dependiente, tan necesaria.

Me siento como en un espacio no mayor a dos metros cuadrados en el que solo hay silencio, quietud y un vacío como hacía mucho. Alrededor todo y todos giran a una velocidad de vértigo casi todo el tiempo, a no ser que preste atención y entonces se vuelven lentos, envueltos de velocidad y con una luz que me atrapa. Todos giran, todos formaban parte y ahora lo hacen desde fuera. He hecho un par de intentos de traerme a alguien al centro y salvarme, pero sé de sobra que no es responsabilidad de nadie. Así que también he intentado salir de la quietud alargando la manita allá donde pongo la vista. Pequeñas burbujas de oxígeno. Pero no, no voy a dejarme llevar por el movimiento del resto ni por la inmoralidad actual. Y hasta aquí sé explicar.

Este parón es importante y bonito. Aunque así contado parece que se masque el drama yo solo veo un sin fin de posibilidades y de cosas, libros, canciones y personas a las que tocar, y que me toquen.


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