El día que pisé una oruga

Superábamos los 30º, aunque mientras atravesaba la recepción de la resi con mi pijama rosa no era realmente consciente de la temperatura del exterior, salvando algunas pistas que me indicaban que se aproximaba la primavera: el exceso de luz natural que entraba por la puerta de cristal y los ventanales, el Ventolín preparado en un bolsillo y un grupo de enormes y peludas orugas que se estaban colando por debajo de la puerta.
No me gusta la primavera, no me gustan las orugas, no me gusta matar bichos -ni tan siquiera los que me caen mal-. Pero ahí estaba yo: feliz, confiada, sobrada y dispuesta a expulsar a esas malditas orugas de allí como si aquello para mí fuera casa. Y lo hice. Pisé al menos a una docena de orugas y a base de pataditas con mis zuecos azules eché los cadáveres al patio. Recuerdo el orugacidio perfectamente, después de aquel día sucedieron tantas cosas y sucesivas en torno a mi salud que señalé el día como un golpe de humildad kármica que me recordó por dónde piso y el respeto que le debo.
"El día que pisé una oruga", así lo llamaba a finales de mayo de 2016 cuando entre risas resumía aquellos meses con mis amigas. Así llamaría, sin duda, al libro que nunca escribiré.

Todo esto de la humildad kármica y el equilibrio cósmico es un poco basurilla, pero oye, es como cuando te gusta un poco alguien y miras la compatibilidad de los horóscopos, no tiene mucha base científica pero en algo hay que sustentar los hechos, no vaya a ser que se use el sentido común -el menos común de los sentidos-. A alguien/algo hay que echarle la culpa. ¡Menuda tontería! 
Hilar con temas de destino y disposiciones de las estrellas me recuerda a eso de las casualidades no casuales y esas mierdas que una cree cuando es joven, cursi y alocada. Aunque bueno, todo sea dicho, sigo creyendo en ellas (quitando el rollo místico y sensacionalista).
No voy a seguir por ahí, bien es sabido que mi fetiche cósmico es inventar dibujos en pieles, formas casuales o no. Y lo que más me gusta de las estrellas son los lunares.

He empezado a hablar de pisar orugas en un momento estelar para terminar escribiendo sobre las estrellas y fetiches. Algunas cosas no cambian nunca, descarrilo con facilidad.

En verdad creo que existe un nexo, por supuesto ese nexo soy yo. Hace poco estuve revisando los propósitos de año nuevo de estos últimos años y cómo he ido cambiando la lista conforme he ido peinando canas. Adaptación al medio, supongo. Al final de una larga carrera uno solo espera un poco de aire en los pulmones, agua, equilibrio y, ¿por qué no? Alguien con quien compartir ese momento (¡o más!). Sea como sea, siempre (desde que iniciamos la tradición) he incorporado la identidad de alguna forma: Empezar a trabajar en "lo mío"; seguir trabajando "de lo mío"; volver a trabajar "de lo mío". Este año el "de lo mío" no lo materialicé. Terminar el máster y volver a trabajar. Sin más. No lo hice porque haya perdido el norte, ni la ilusión, ni las ganas. Tal vez las fuerzas flaqueen y me haya cuestionado bastante cómo de fuerte es ese sentido de la Identidad que tan arraigado tienen algunos profesionales. Me han dicho muchas veces que me estudie unas oposiciones (como las de Correos, de la que ya he hablado), pero la verdad es que se me encoge la patata cada vez que pienso en otras alternativas que me alejan de la psicología. No sé si es algo social o de hecho va con lo que soy. Pero hace unos días, una cliente me regaló un colgante con la letra Psi*, y llevaba tiempo sin gustarme un regalo tantísimo. Ahora tengo la identidad a cuestas y me sirve para recordarme por qué tanto empeño. No sé si mañana terminaré trabajando "de lo mío" o no, pero lo que soy, lo sé. 
Supongo que me siento como aquel día cruzando la recepción de la residencia. Pisando con conocimiento y con ese regustillo de felicidad de estar en ello. 

No soy supersticiosa, pero este año, por si acaso, no voy a pisar orugas.


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