Lo que de verdad importa

Hace un par de días, durante una sesión de terapia, mi compañera sacó una tableta de chocolate negro. Jamás me ha gustado el chocolate negro (pero con algo dulce me entra de escándalo, nada que ver con mi aversión al queso). Partió tres onzas: una para la cliente, una para ella y otra para mí. ¿Chocolate en intervención? Pues sí, nos disponíamos a realizar un pequeño ejercicio de mindfulness con un ingrediente altamente recomendado para poner el motor dopaminérgico y el circuito de la recompensa de nuestra cocotera a punto. 
Bien, antes de continuar, debo decir que mi sueño se ha vuelto un poco inestable desde el último incidente-barra-avistamiento por parte de mi amiga L. de esa persona que más que una asignatura pendiente es una asignatura suspensa, una mancha en mi expediente, una burla delante del espejo (porque encima nos tenemos que parecer, fite tú), un tocamiento de coño a dos manos, una puta mierda, vaya. El caso es que yo, estando despierta, acepté todo sin signos aparentemente ansiosos. Parecía que no me había afectado, de verdad que no era algo que me sorprenda (y hasta aquí voy a decir, que no me apetece enfocarme en esto), pero se ve que mi subconsciente me dice que me columpie, que eso está ahí y que está por dar por culo porque despierta no le estoy haciendo el caso suficiente. Así funcionamos por dentro, y si no te pasa es que te escuchas poco. Yo me escucho, pero paso, y pasa lo que pasa. Ok, sueños rancios, cargados, despertares a mitad de la noche,... Vaya, un descanso irregular que, a pesar de llevar en pie de guerra más de una semana, solo me ha afectado a mi Yo despierta dos o tres días. Volvamos al chocolate.
La actividad era muy sencilla, íbamos a paladear ese trocito de chocolate como si fuera lo más especial del mundo, lo más presente, lo más tuyo posible. Íbamos a hacer de ese pedacito de chocolate como un encuentro sexual con alguien a quien le tienes muchas ganas después de un montón de tiempo sin follar (ni tocarte, no se valen trampas). Funcionó, no mojé bragas, pero me gustó hasta el chocolate negro, me gusté hasta a mí misma, todo un descubrimiento. 
Esa noche conseguí dormirme antes de las doce. Vale que me desperté a las 6-7 de la mañana con el mismo fantasma y que eso me tocó un poco la moral, pero nadie me quita la paz y la sensación de estar bien que me llevé a mi casa.
¿Y lo que de verdad importa? Ayer me tiré horas en mi pequeña terraza, mi nuevo escondite, se me hizo de noche pensando y trabajando con esos pensamientos, siendo consciente que tengo que currármelo, tomar plena consciencia del ahora y hacer algo antes de seguir perdiéndome por el camino a un ritmo vertiginoso. Sabemos que en casa del herrero, cuchillo de palo, pero joder, por muy buen cirujano que seas, si te han cortado todos los deditos de las manos a ver quién es el listo que se los sabe coser él solo. Otra cosa que descubrí ayer es que compartir dramas está sobrevalorado.

Por otra parte, me encuentro con un temario de 300 hojas en mi poder para unas oposiciones a correos, y un CV entregado para trabajar en Carrefour en cualquier punto de España. ¿Estoy preparada? ¿Qué es lo que realmente importa? Trabajar está bien, necesito trabajar, necesito tomar aire y tomar distancia, salvarme. Por otra parte, he nacido para las personas, me gusta mi vocación, me gusta ayudar, arreglar, hacer desde dentro empezando por una simple conversación. Poco se sabe de las vidas que se pueden salvar con una sonrisa, o los días que se pueden arreglar con un "buenos días". Y yo quiero eso. "De profesión: buenosdieístas".
Me da miedo perder el norte, conformarme, coger lo que me echen por salverme y sin querer condenarme. Me da miedo no volver a ser tan feliz trabajando con una estabilidad que ahora no tengo, pero alejada de lo que de verdad soy. No tendría mucho sentido, ¿no? Pero la vida no es así de yupi. Y no estoy para practicar mucho Yupiísmo.
A. era una mujer de ochentaitantos años, una bolsa de caramelos de café, olor a Ventolín y una historia increíble que contar entre chiste y chiste. Además, A. tenía un cáncer terminal de pulmón que no se estaba tratando y vivía en la resi donde yo curraba. Pasaba el día en un sillón de la sala, y no eran muchas sus visitas, ni particitaba en ninguna actividad. Un día una auxiliar acudió a mí, asustada, porque A. le había contado "en secreto" que tenía cáncer y la auxiliar se descompuso (para que lo entendáis, muchos mayores no saben que tienen cáncer porque los hijos deciden escondérselo, y ella pensaba que era el caso). Subí a verla, por aquel entonces aun no había cumplido mis 30, llevaba 2 meses trabajando como psicóloga y estaba delante de una mujer impresionante, con una muerte anunciada aceptada. Me recibió amablemente y después de cinco minutos hablando, me ofreció un caramelo de café y me contó un chiste. Todos los días sacaba 5 minutos para ponerme delante de ella y que me hablara un poco. Conseguí que se abriera, que hiciera amigas, que compartiera historias y que llorase lo que de verdad tenía dentro. Volvió a recuperar las ganas de vivir lo que le quedaba estando plena. Bueno, lo consiguió ella sola, yo solo me ofrecí a recibir el caramelito diario que tan gustosamente me guardaba. Un día volví al trabajo y no estaba, le había dado un chungo y se tiró días en el hospital. Volvió, pero las secuelas la revolvieron. El último día que la vi no sabía cómo de despedida sería. Estaba su hija allí, a la que jamás había visto en aquel año, y A. se apresuró a presentarme muy orgullosa como su amiga, su psicóloga, y me cogió la mano. Salí de allí con un "en unas horas vuelvo", pero fue ella la que se fue. 
Jamás olvidaré lo que hizo por mí. Alicia, con todas sus letras, como cada uno de los que vi marchar, me enseñó lo que soy, lo importante, el poder que tenemos las personas y olvidamos. ¿No sería negligencia poder hacer, querer hacer, y hacer otra cosa?

¿Y si lo que de verdad importa está dentro, y todo lo demás son sus consecuencias?  

Creo que mi trabajo va a ser averiguar qué papel juego, si morirme en el intento por lo importante, o me muero en el intento de vivir algo que no.


"Cuando tú tocas algo, ese algo te toca a ti" Por favor, quien tenga el don y la oportunidad, que no lo deje pasar.


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