Por dentro y por fuera

Echar un polvo, correrse, follar, tenerse ganas, tensión, mojarse, empalmarse (para quien pueda), tocarse. No vengo a hablar de nada de eso, pero sí un poco de todo. Tocarse, háptica, contacto,  un cuerpo a cuerpo, lucha de poder a veces, otras un acto narcisista por ser el que mejor da y otras un acto egoísta por ser el que mejor recibe. En los buenos polvos, todo junto.

Cuando tú tocas algo, ese algo te toca a ti. Y qué verdad tan grande, Y qué humano todo. Háptica, repito. La mejor palabrota que apela a la piel con piel. Y estamos recubiertos de piel. 
Según la Wiki, lpiel es el mayor sistema del cuerpo humano​ o animal. En el ser humano ocupa aproximadamente 2 m², y su espesor varía entre los 0,5 mm (en los párpados) y los 4 mm (en el talón). Su peso aproximado es de 5 kg. Joder, tanta piel y tan poco caso, caso consciente. 
Nuestra cobertura, nuestro escaparate, el saco que protege y esconde el resto de chismes. Somos piel con cosas. Somos infinidad de terminaciones nerviosas recogiendo información del resto del mundo y recibiendo de otras pieles, de otros cuerpos. Nos la pintamos, perfumamos, maltratamos, descuidamos, agujereamos, tatuamos. También la ofrecemos, la sentimos, acariciamos, nos hacemos sudar en invierno y la erizamos con palabras, o con el roce de una boca que no es la propia. No hay sistema en el cuerpo que más vulnerables nos vuelva. Tal vez por eso unos se dejan tanto y otros tan poco.
Poner la mano encima de otra persona por primera vez es un acto de valentía, de confianza, de comunicación. Un acto tan estúpido y sencillo que te cuenta si tiene frío o calor, si está nerviosa o tranquila, si alarga el momento o por el contrario no lo soporta por mucho tiempo. Puede mostrar ternura, cariño, violencia, cansancio, complicidad, vínculo. Siempre un vínculo.
A través del tacto podemos dar todo lo que se quiera recibir y recibir todo lo que nos quieran dar. Creo que no hay nada más en el mundo que me haga más humana que ese vínculo.

Ayer me caí con la moto. Agotamiento más moto acelerada más rotonda más lo que parecía arenilla en el asfalto igual a nos vamos al suelo. Fue rápido, en un abrir y cerrar de ojos me dio tiempo a ser consciente de que no podía controlarla y que terminaría arrastrada. Lo que no me dio tiempo a manejar a tiempo es que tenía que haber soltado el puño de la moto, la cual pedía rabiosa seguir unos metros más por el suelo. El peso de mi cuerpo y el hecho de que las ruedas no tocaran ya el asfalto ayudó a acortar la tontería. De pronto sentí que estaba entera. Brazos en su sitio, piernas en su sitio, cabeza en su sitio. Sobrevino un quemazón en todo el remo izquierdo, recordando que la fricción con la carretera quema. Fricción, otra palabra que me gusta. Me apresuré a mirarme los pantalones, cuando me los sacudí noté el dolor clavándose debajo de la rodilla, pero sabía que no era nada serio. Al llegar a casa hice las comprobaciones pertinentes bajo la ropa, efectivamente, nada importante. Pero el dolor me hizo recordar que estoy viva. También me hizo recordar que tengo necesidades vitales, como el contacto.

Dicen que una vez probado el sexo, al tiempo de no practicarlo lo echas de menos. Normal. Tiene un sentido bioquímico (si has follado medianamente decente), pero además tiene ese componente del cuerpo a cuerpo que no puede ser sustituido en un brote compulsivo de onanismo. Tocarte te dará salud y disminuirá el estrés, pero... Ay, las ventajas de hacerlo con vínculo (uno de medio calidad, repito) son insuperables. El roce hace el cariño. Bueno, discrepo, el roce enlaza, posibilita a esas dos personas para influenciarse, generarse un sin fin de cosas, volver la cabeza del revés y terminar muriendo en un orgasmo que te recuerde que estás viva. Muy viva. En contacto contigo misma, con las neuronas revolucionadas descargando por cada esquina de tu ser.
No hace falta llegar al orgasmo para sentir esa sexoafectividad con otra persona, puedes notar cómo te recorren mil hormigas cuando te ofrecen un beso detrás de la oreja, o en la nuca, o te acarician el dorso de la mano con una intención visiblemente percibible. El milagro de la háptica a veces alcanza hasta el mundo de las miradas que hablan, que atraviesan y que se quedan siempre. Los milagros suceden, como cuando dos personas sin ser nada son más que muchas que teóricamente lo son todo.
Creo que es un acto tan importante para nuestros sentidos que por respeto a él, a nuestra piel, deberíamos elegir bien con quién hacerlo. No todo el mundo debería tener el privilegio de vernos resucitar en un momento de absoluta complacencia, sensibilidad y vulnerabilidad. No todo el mundo debería tener el derecho a tocarnos por dentro cediéndole los derechos sobre nuestro saco que protege y esconde el resto de chismes.

La sensación formar parte del juego. Llámalo amor, llámalo follar, llámalo contacto, llámalo háptica.
Cántalo tan bonito como Z y su olor a mandarinas.
Sea como sea, no te olvides que en un cuerpo a cuerpo hay una lucha, una conquista mutua, una entrega, un bajar la guardia, un banderín blanco escondido esperando al final, una rendición, un acto de redimir.

Y con suerte, un par de sacos supervivientes.

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