En función de.

Hace unos años empecé una entrada que finalmente nunca vio la luz. No sabía cómo terminarla y no sabía cómo de oportuno sería publicarla en aquel momento. Y a decir verdad, aunque me muriese de ganas, nunca terminé de ver el momento. No voy a usar ninguna palabra de las de entonces, porque estaría escribiendo desde un ayer lejano del que queda poco. Lo vuelvo a intentar.

Un día aparecen dos líneas sobre el papel que se cruzan en medio de un todo en blanco. Una es "X" y otra es "Y". Dos incógnitas que a pesar de ser contiguas estudian en turnos opuestos y así es como un día cualquiera, X se retuerce desde el centro para dejar caer la mirada en los vértices hippies de Y. Y, por supuesto, pasa ajena totalmente a ese (0,0) y le suceden, durante unos instantes, un (0,1), (0,3), (0,5)...y X abandona la zona franca y prosigue su camino trazando una curiosidad creciente ante la primera letra por la que mengua sus comas. 
Cuentan que ambas incógnitas estaban resueltas una lejos de la otra, formando ángulos que parecían rectos con otras letras que, da igual, siendo parte del problema quedan fuera de aquellos paréntesis que cuentan sus trazos. Pero da igual cuánto de resueltas las contaran los libros de matemáticas aplicadas. Al igual que si un coche sale de A y otro sale de B a una velocidad constante hacia un mismo punto, en ese punto se van a encontrar porque las matemáticas son jodidas, pero son exactas. 
Y así pasó, X mandó señales de humo a Y, y aunque no hubo encuentro, en pleno invierno con la bufanda al cuello se convirtieron en función. Letras que lejos de ser cocientes se hicieron aditivas de noches que para el resto se escapan de toda lógica. Multiplicaron las ganas y, como mezclar las letras con los números, pasaron las hojas y se volvieron a encontrar neutras en un mismo punto cuyas coordenadas guardaban unos metros de seguridad distante. Podría decirse que, cuando ambas prosiguieron en su trozo de papel, cada cuenta las hacía mirar a ese punto del verano donde inventaron un punto y coma para evitar males mayores. 
Menuda tontería. Siendo fieles a sus cuentas casi se convierten a la filosofía cuántica de cientos de noches eternas en las que se resolvían las ganas contando hasta 100 con los dedos.
Pasó que Y volvió a la zona cero y avisó a X, a la que le faltaba hoja para salir corriendo. Pero no lo hizo. X buscó a Y en la puerta de un bar donde convirtieron los paréntesis en corchetes y por ser fieles a la coma olvidaron serlo de las leyes de la física, de la química, y qué se yo. 
Volvieron a sus cuentas y ya no salían. Ya no podían ser despejadas a ningún lado del igual. Dejaron el primer y segundo grado para ser como la raíz cuadrada de menos uno. Y sin despejar, planearon una vida en función de la otra. Pero no salió, las matemáticas son exactas, pero son jodidas.
Ambas tendieron las ganas a + infinito y se hicieron curvas cóncava y convexa en un duelo matemático que se alargó por años. 
Podría contar que este problema termina bien, que encontraron respuestas en años de asentamiento, que cambiaron y aceptaron y se reubicaron como dos incógnitas que funcionan juntas pero con coma, como dos calcetines desparejados, como órbitas contrapuestas, como si alguien fuera capaz de imaginarse una función donde (X,Y) no fueran las incógnitas predispuestas. 

Y lo hicieron. Las matemáticas son jodidas, pero son exactas.

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